El horizonte, dicen, es esa línea ilusoria en la que se unen el cielo y la tierra.Así nos lo enseñaron a muchos cuando éramos pequeños. El horizonte es sin embargo, entiendo hoy, una línea real en la que se unen lo terrenal y lo divino. Podemos seguir pensando que todo lo que existe es tan solo lo que somos capaces de percibir por nuestros sentidos (la propia ciencia nos ha mostrado ya hasta la saciedad lo erróneo de este planteamiento), y que haya solo un modo de existencia/realidad.
También podemos, aunque no siempre es fácil, acometer la tarea de superar la herencia neopositivista que llevamos a cuestas y dejar de interpretar el mundo bajo las dicotomías paralelas de real/irreal – cuantificable/no cuantificable.
Lo real es con todo, mucho más extenso que lo perceptible.
El salat, no es por tanto una acción, no es la acción de postrarse en dirección a la meca para realizar una oración; el salat no es oración. El salat es el espacio metafísico donde se unen el anhelo del musulmán y el acogimiento de Allah, es el espacio de entrega y reverencia, de desaparición del yo. El salat es el corazón de la práctica de adoración, la vía de sumisión a Allah y una cuerda que guía en la oscuridad.
No debemos caer en el error de pensar que el salat es punto de encuentro y reunión del siervo y su señor. En el salat no hay dualidad ya que no pertenece al ser humano, sino que pertenece tan solo a Allah. Se trata más de un olvidarse de uno mismo, de que esas estrictas reglas que rigen lo externo en el salat te lleven de la mano en su cumplimiento y, de tal forma olvidarlas, y abandonarse en la inmensidad de Allah.
El salat se realiza en lengua árabe. A los distintos movimientos y postraciones le acompañan la recitación de fragmentos del noble Coran. Esto, al contrario de lo que pudiera pensarse, supone una gran ventaja para los no árabe-parlantes ya que uno encontrará más fácil vaciarse de si, recitando en el olvido de su propio lenguaje y tomando como vía el lenguaje que Allah escogió para hacer descender el sello de la revelación.
A veces se tiene desde el mundo no musulmán (Kufr) una percepción del salat como algo demasiado estricto en su realización, frio o distante debido al lenguaje coránico empleado y que no motiva una relación de cercanía con el creador. Esta percepción nace, en la gran mayoría de ocasiones, del desconocimiento y de la consiguiente identificación del salat con la oración. Como se ha expresado más arriba, el salat no es oración, no debe adecuarse a las condiciones particulares de cada uno ya que no es algo que pertenezca al ser humano; el salat tiene otro rango, que se encuentra muy por encima de la oración.
El lugar de la oración lo ocupa en Islam el Dûa, a través de él se hacen peticiones a Allah y se establece una relación más cercana. El Dûa no tiene una forma concreta más que volver las palmas al cielo situándolas ante el pecho o sobre el regazo, y cada uno lo realiza en su propio idioma, de una forma más personal siguiendo siempre una cortesía (Adab) y respeto adecuados. El Dûa si pertenece al ser humano y es por esto que contempla lo particular.
El salat es entrega incondicional a Allah, disolución en su inmensidad, y un reconocimiento de la realidad de ser creación y arrinconamiento del ego (Nafs).
No hay camino sin salat, ya que en si mismo contiene la dirección y el sentido al tiempo que ejerce una función vertebradora básica de la vida del musulmán. Los cinco salats obligatorios no solo dividen el día atendiendo a los ciclos vitales inherentes al ser humano, sino que, asociados a las abluciones rituales necesarias para su realización crean un hábito, una rutina diría de limpieza, recogimiento y adoración que va produciendo una profunda transformación en el ser humano.
El salat, por todo esto y por su condición intrínseca de Dikr (recuerdo, traer a lo presente) de Allah, es como una cuerda, visible también como el horizonte, que nos mantiene en el camino y a salvo del extravio. Sin dogmatismos ni puritanismos, Islam es un camino ancho y, tal y como exponía Aristóteles en su Ética a Nicomaco cuando trataba el tema de la virtud, se trata de mantenerse lo más cerca posible del medio, cada cual en su circunstancia y posibilidades, para no salirse del camino.
Pero de todo esto Allah sabe más.
Realmente el salat es una guía en el bosque cuando se acerca el ocaso, la luz que te mantiene en el rumbo cuando los faros se hunden; agárrate pues, a tu salat cuando los arboles comiencen a deformar sus sombras en la hojarasca, aférrate a él cuando el mar se torne bravío.
Autor: Nizzar Vizcaino