Un día después de mi llegada, el 19 de septiembre de 2017, anuncian como noticia de última hora, un nuevo terremoto en la ciudad de México. Una vez más no me quedaba otra cosa que decir que Alhamdulillah.
La noche del 7 de septiembre de 2017, un terremoto, de una magnitud de 8.4 en la escala de Richter, sacudía el sur de México llegando hasta la capital. En ese preciso momento me hallaba en San Cristóbal de las Casas, tranquilamente preparada para dormir, al igual que el resto de la población, cuando comenzamos a sentir un ligero temblor que incrementaba poco a poco. Todo paso muy rápido, solo recuerdo ver los cristales temblar e ir corriendo a avisar a mi compañera que ya se había acostado. De repente estaba fuera de la casa. El suelo se movía, se escuchaban alarmas, perros, pero lo más impactante de todo fueron ver luces de colores en el cielo. Sentí distintas sensaciones ya que era hermoso y aterrador al mismo tiempo.
El temblor duró unos tres minutos aproximadamente, pero yo lo sentí como tan solo unos segundos. Cuando todo se calmó, nos reunimos con el resto de las personas más cercanas, sorprendentemente no sentía temor. Una vez que comprobamos que todos estábamos bien, Sheikh Nafia Perez indicó que nos quedáramos un rato más para hacer Dhikr. Eso fue algo que definitivamente tranquilizó mi corazón y me permitió descansar la noche, a pesar de que todo el mundo seguía intranquilo por si había réplicas.
Al día siguiente fuimos conscientes de los daños que se habían producido a causa del terremoto, y un par de días después, la Comunidad Musulmana de México en Chiapas organizó un viaje para llevar ayuda humanitaria a Juchitán de Zaragoza, ciudad mexicana ubicada al sureste del estado de Oaxaca.
Fueron tres coches lo que participaron en la expedición. El viaje consistió en visitar los lugares más afectados, en los que pudimos experimentar como centenares de personas se habían quedado sin hogar y por ende, se alojaban en refugios. Familias enteras en las calles, resguardadas bajo unos pequeños toldos de plástico y utilizando los pocos muebles que habían podido rescatar de entre los escombros. Los siguientes días nos dedicamos a conseguir útiles que fueran necesarios para la población tales como papel higiénico, comida enlatada y víveres que no fuesen perecederos, para posteriormente repartirlos.
Fueron muchas horas en coche y descansando lo necesario, pero todo merecía la pena. Ver la sonrisa que te ofrecían esas personas, que, de un momento a otro, lo habían perdido todo, no tiene precio. Lo que más me sorprendió durante el viaje, fue la hospitalidad y el inmenso agradecimiento que recibíamos tanto por parte de las autoridades, como de las mismas personas afectadas.
En esas situaciones es fácil entrar en un estado de pánico y desesperación, sin embargo, aquel lugar respiraba calma entre las continuas réplicas, que se daban casi cada diez minutos, y los escombros de la ciudad.
Una vez en Sevilla, recordando los sucesos, me paro a pensar cual fue aquella certeza de seguridad que hizo que no entrara en estado de shock la noche del terremoto y fue la compañía. Y esa compañía es la de los fuqara.
Zulaija Nieto Jiménez,
Sevilla a 20 de septiembre de 2017.
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