Sabemos sobradamente muchos aspectos acerca de lo que el Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, hizo. Nos centraremos pues en examinar cómo lo hizo y qué fue lo que le permitió lograr tantísimo y provocar tal impacto histórico en un tiempo relativamente corto. La clave para ello radica en lo que afirmó sobre sí mismo cuando dijo: “Sólo he sido enviado para perfeccionar las nobles cualidades de carácter”. Y realizó esta tarea encarnando él mismo las cualidades a las que hace referencia, y muchas de estas cualidades son importantes por la forma en la que cumplió con su papel como líder de la primera comunidad de musulmanes y el gran éxito que tuvo al hacerlo. En primer lugar está su constante conciencia y dependencia de Al-lah, su Señor. Esto se reflejó en la consistencia de su adoración, en la frecuencia de su súplica y en el constante recuerdo de su Señor en toda situación. Esto significa que en toda acción su primer objetivo fue siempre el complacer a Al-lah y todos sus actos están exentos de egoísmo o intereses personales. Él era totalmente libre de todo tipo de ambición personal y cualquier pensamiento de ganancia personal.
Junto a estas cualidades de carácter, también hay otras que él encarnaba a la perfección y que son especialmente pertinentes en su papel como gobernante. Entre ellas se encuentran su integridad, su valentía, su generosidad, su paciencia, su resolución y su humildad. En cuanto a su integridad, incluso antes del Islam era conocido en toda Meca como Al-Amín, ‘el Digno de confianza’. La gente le confiaba cosas con la certeza de que estarían seguras con él, y esto fue ampliamente demostrado cuando se vio obligado a huir, bajo peligro de muerte, de su ciudad natal y, sin embargo, dejó instrucciones claras para devolver todo lo que aún
tenía a su cuidado. Nunca dijo una mentira a nadie, incluso sus enemigos sabían que podían confiar con absoluta certeza en lo que decía. Era famoso por el hecho de que sus sentimientos podían medirse en la expresión de su rostro. Con él podías estar seguro de que no había una cara oculta. Esto significaba que la gente sabía que podían confiar en él y que no iba a decir una cosa delante de ti y luego hacer lo contrario a tus espaldas, una cualidad importante e inmensamente tranquilizadora en cualquier líder.
Su indudable valor le permitió liderar siempre desde el frente, tanto en sentido literal como metafórico. Un ejemplo citado con frecuencia es lo sucedido en la Batalla de Hunayn: cuando el ejército musulmán fue de repente emboscado, los combatientes musulmanes comenzaron a retirarse, y la retirada pronto se convirtió en una desbandada. El Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, casi en solitario, se mantuvo firme. Frente al enemigo, en su mula blanca, rodeado de algunos fieles Compañeros, llamó a los soldados que huían, “¡Hombres!, ¿a dónde vais? ¡Venid a mí! Soy el Mensajero de Al-lah, soy el hijo de Abdal Mutalib”. Poco a poco, los hombres vinieron a él, y gradualmente se restableció el orden y se ganó aquel día. Este es un ejemplo, entre muchos otros, de este aspecto inspirador de su carácter. Sheij Al-Alawi Al-Maliki dice sobre la valentía del Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, en su libro Muhammad Al-Insan Al-Kamil: “Fue por esto por lo que participó en todas las muchas batallas que asistió en su vida militar; y no se conoce que retrocediese de su posición ni un solo paso, o el grosor de tan solo un dedo. Esto le hizo para sus Compañeros un líder que inspiraba la más absoluta confianza y obediencia, así que tanto jóvenes como viejos eran prestos a atender sus señales –no sólo porque fuese el Mensajero de Al-lah, sino por la valentía de la que eran testigos, que Al-lah le bendiga y le conceda paz…”.
Su generosidad, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, fue fabulosa y otro factor que inspiró a otros a seguirle. No se sabe de nadie que fuese a pedirle algo y que volviese con las manos vacías, llegando incluso a pedir prestado a los demás cuando él mismo no tenía. Hay demasiados ejemplos de este aspecto y no podemos hacer justicia a su categoría, pero hay uno que es relevante y que mencionaremos. Muslim narra que Anas, radi al-lahu anhu, dijo: “Al Mensajero de Al-lah, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, nunca se le pidió nada que no diese. A un hombre que vino le dio las ovejas entre dos montañas. El hombre regresó a su gente y les dijo: ‘Pueblo mío, abrazad el Islam, pues Muhámmad da como aquel que no teme a la pobreza’”.
Otra de las cualidades que tenía una enorme influencia en su calibre como líder era su inagotable paciencia. De nuevo, los numerosos ejemplos son tantos que no podemos mencionarlos todos, pero citaremos un par de ejemplos que ilustran la importancia de su paciencia y autocontrol en su papel de liderazgo. En una ocasión, un rabino judío, deseando probar la afirmación del Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, a la profecía, demandó de forma grosera y ruda la entrega de un lote de dátiles antes del tiempo pactado. Umar Ibn Al-Jattab, que estaba presente, lo llamó enemigo de Al-lah y amenazó con matarlo. El Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, reprendió a Umar diciendo: “Él y yo necesitamos otra cosa de ti, Umar: hacia mí, que me animes a honrar mis compromisos correctamente; y, hacia él, que pida de una forma más educada”. El Profeta le pidió a Umar que le diese al hombre lo que le correspondía y que añadiese algo más, extra, a causa de haberle asustado. Después de ser testigo de este ejemplo de paciencia y autocontrol por parte del Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, el rabino y toda su familia, excepto una persona, se convirtieron al Islam.
En un hadiz narrado por Bujari y Muslim, Anas dijo: “Estaba con el Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, y llevaba una capa gruesa. Un beduino le tiró de su capa de una forma tan violeta que dejó una marca roja en su cuello. Luego dijo: ‘¡Muhámmad! Déjame cargar mis camellos con la propiedad de Al-lah que tienes en tu posesión, pues no me dejarías cargar de tu propiedad ni de la de tu padre’. El Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, estuvo en silencio por un momento y luego dijo: ‘Toda propiedad es de Al-lah y yo soy Su esclavo’. Y luego continuó: ‘¿Debo tomar represalias contra ti por lo que me has hecho?’. Y el hombre contestó: ‘No’. El Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, preguntó: ‘¿Por qué no?’. Y el beduino dijo: ‘Porque tu no devuelves una mala acción con otra igual’. El Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, se rió y ordenó que se cargara un camello con cebada y otro con dátiles”. La importancia de esta cualidad de carácter en cuanto a la tarea del profeta, queda clara en el Corán:
“Por una misericordia de Al-lah, fuiste suave con ellos; si hubieras sido áspero, de corazón duro, se habrían alejado de tu alrededor” (Sura de la Familia de Imran, 159).
Esta bondad de corazón es esencial en cuanto al carácter del Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz; sin embargo, no debe confundirse de ninguna forma como una debilidad por su parte. Cuando era necesario tenía una firmeza y resolución que eran absolutamente implacables. Esto quedó claramente demostrado cuando durante los primeros días del Islam, su tío y guardián, Abu Talib, instigado por los nobles de Meca trató de persuadirlo para que abandonase su tarea de llamar a la gente al Islam. Su memorable respuesta a su tío fue: “Por Al-lah, que si ponen el sol en mi mano derecha y la luna en la izquierda a condición de que abandone mi cometido, antes de que Él lo haga victorioso o de que yo fallezca intentándolo, no abandonaría”. Esta determinación inquebrantable marcó su vida, y nunca vaciló en su empeño por ver el Din de Al-lah establecido completamente, a pesar de la persecución atroz que sufrió y los muchos obstáculos que continuamente aparecían en su camino. Una vez que había tomado una decisión en firme se mantenía constante a pesar de la dificultad de las consecuencias.
Cuando los derechos de Al-lah y la administración de justicia estaban en juego, nunca se permitía as sí mismo el desviarse de lo que él sabía que era lo correcto. Hay un famoso hadiz recopilado por Bujari y Muslim en el que Aisha, narra que los Quraish estaban agitados debido a una mujer majzumi que había cometido un robo. Se preguntó: “¿Quién puede interceder ante el Mensajero de Al-lah, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, por ella?”. Y dijeron: “Ninguno se atrevería a hacerlo excepto Usama, al que el Mensajero de Al-lah, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, ama tanto”. Así que Usama habló con él. El Mensajero de Al-lah, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, dijo: “¿Intercedes cuando hay una pena prescrita por Al-lah?”. Luego se puso en pie y dijo: “Oh mi gente, los que os precedieron fueron destruidos porque si alguno de alto rango cometía robo entre ellos, se le perdonaba, y si era alguien de bajo rango el que cometía robo, se le infligía la pena correspondiente. Por Al-lah, si Fátima, hija de Muhámmad, robase, haría que se le cortase la mano”. Él nunca se enojaba por algo personal o por ningún asunto relacionado con este mundo, pero cuando se enfadaba por la causa de Al-lah nada podía interponerse en su camino.
Por último, está la cuestión de su asombrosa humildad sin precedentes. Llegó a Medina como su gobernante reconocido y en el momento de su muerte era, a todos los efectos, el gobernante absoluto de toda la península arábiga; y, sin embargo, su forma de vida nunca cambió y siguió viviendo de forma tan simple como el más humilde de aquellos a los que gobernaba. Barría su cuarto, limpiaba sus zapatos, remendaba su ropa, iba a coger agua, ordeñaba las cabras, comía con sus sirvientes, vistiéndoles como se vestía a sí mismo y cargaba aquello que compraba en el mercado hasta su casa. No le gustaba que se le reservase un lugar especial en las reuniones y se sentaba allí donde encontraba un espacio vacío. Montaba un burro, visitaba a los enfermos, tomaba parte en los funerales y respondía a la invitación de todo aquel que le invitaba. Anas relata que en una ocasión una mujer enferma mental se acercó al Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, y le dijo: “Necesito que me ayudes”. Él respondió: “Siéntate en cualquier calle de la ciudad y me quedaré contigo hasta que se cumplan tus necesidades”. En otras palabras, el Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, compartía las vidas de aquellos con los que convivía, sufriendo sus mismas dificultades y pasando hambre cuando ellos pasaban hambre. No es extraño entender por qué esta gente aceptaba felizmente su liderazgo.
Y esto nos lleva al punto final. Cuando todas estas cualidades mencionadas se reúnen en un solo hombre, sólo hay una reacción posible. El poder de algunos gobernantes sobre sus súbditos lo obtienen a través del miedo. Con otros, es a través del respeto. En el caso del Profeta, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, fue amor sincero. Inspiraba un tremendo amor en todos aquellos que le seguían de tal forma que lo que unía a los Compañeros y al Profeta e hizo que le obedecieran y siguieran no fue otra cosa que el amor. Cuando los Quraish mandaron a Urwa Ibn Masud Ath-Thaqafi como emisario a los musulmanes que estaban acampados en Hudaybiyyah, volvió diciendo: “He visto a Cosroes en su reino, a César en su imperio y al Negus en su reino, pero nunca he visto a un pueblo que ame tanto a su líder que como los musulmanes aman a Muhámmad. No hay cabello que se caiga de su cabeza que no aprecien. Su gente nunca lo abandonará, así que pensad lo que vais a hacer”. La Primera Comunidad fue construida con este amor, y esto era lo que los mantenía unidos. Y fue esto mismo lo que los convirtió en una fuerza imparable que se extendió por la mitad del mundo conocido en tan solo una generación. Y es esto, junto a todos los logros de los que hemos hablado, lo que hace destacar al Profeta Muhámmad, que Al-lah le bendiga y le conceda paz, como el más grande de los gobernantes y líder político que el mundo jamás haya visto.
“En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo. Pero si te dan la espalda, di: ¡Al-lah me basta, no hay dios sino Él, a Él me confío y Él es el Señor del Trono inmenso!” (Sura at-Tawba, 128-129).
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