La comunidad más antigua de musulmanes de Sevilla que todavía se conserva fue fundada por un ex católico en 1985. El grupo, formado por conversos y sus descendientes, habla hoy sobre sus vivencias como musulmanes en la que fue hasta 1284 una de las grandes capitales del mundo islámico.
En el corazón del Casco Antiguo de Sevilla, se manifiesta la mezcla de culturas por la cual se conoce a la ciudad. Rodeando la Plaza Ponce de León, se puede ver una tienda de recuerdos católicos con figuritas de nazarenos en el escaparate, la Iglesia de Santa Catalina construida sobre las ruinas de una mezquita en el siglo XIV, que conserva el alminar islámico, y la Fundación Mezquita de Sevilla, el lugar de reunión y de oración para la comunidad musulmana más antigua de la ciudad.
Aunque hoy en día las salas alfombradas de la fundación sirven a inmigrantes y visitantes de todo el mundo—senegaleses, turcos, marroquíes y demás—el “núcleo” de esta comunidad creciente, como su propio fundador, Jalid Nieto, está formado por españoles de nacimiento conversos al Islam y sus familias.
La muerte del general Francisco Franco en 1975, tras casi 40 años de dictadura, resultó en una mayor libertad religiosa para el país, lo cual facilitó la fundación de esta comunidad en 1985. En 2002, se mudaron a su sede actual de la plaza Ponce de León, donde hoy se puede realizar el salat (la costumbre de rezar cinco veces al día), asistir a clases del Corán o aprender árabe.
Nieto, nacido en Sevilla, tiene el pelo y la barba canosa y una postura que enfatiza su alta estatura. Habla elocuentemente con una intensidad tenue y viste una chaqueta que recuerda a un profesor sabio y viajado.
Según sus propias palabras, creció en una familia católica “muy intensa” y se convirtió al Islam cuando tenía 24 o 25 años, después de una larga investigación para encontrar respuestas sobre los cambios sociales, políticos y religiosos que estaba experimentando España durante el periodo de la Transición democrática.
Tuvo varias ocupaciones durante su juventud, trabajando en derechos civiles, ayudando a niños con necesidades especiales y en la escolarización de niños gitanos como empleado del Ayuntamiento. Este trabajo le ayudó a ampliar su forma de ver la vida y, a la vez, a reconocer sus dudas sobre la fe católica.
“Realmente, todas esas vivencias que daba la practica social produjeron un cuestionamiento de valores en mi persona, los valores establecidos en los que había vivido. Y entré en un tipo de búsqueda intima”, recuerda Nieto. “Se puede definir como un proceso de búsqueda de lo más esencial de uno mismo”.
Un día en Granada, sentado debajo de los olmos en el camino que sube a la Alhambra, el grandioso palacio-fortaleza construido por la dinastía nazarí, Nieto leyó una frase en un libro que cambió su vida:
El Corán es un libro recitado. Viene del silencio y vuelve al silencio.
“Eso fue tremendo. Me impactó”, dice Nieto. “Empezó a reunir, con respuestas claras, toda esa búsqueda que yo había iniciado años antes”.
Aquel libro que leía Nieto sobre el Islam durante su momento de claridad bajo los olmos de la Alhambra y muchos otros que luego ha leído han contribuido a formar en él “una visión civilizadora del Islam”, una cosmovisión propia, que dice que comparte con sus cinco hijos y con los nuevos musulmanes de su comunidad.
“Nunca el agresivo, el punitivo y el extremista”, dice Nieto sobre su interpretación del Islam, enfatizando la educación de su familia en el pensamiento y la cultura europea y clásica: la filosofía, la música, la historia.
Nieto rechaza la caracterización negativa del Islam en el mundo actual. Dice que cree en “todo lo contrario: servir a la sociedad. Yo estoy educando a mis hijos en el servicio a la sociedad”.
Asisa Nieto es una de esos hijos. Junto a su amiga Abdiya Meddings, inglesa que se casó con Umar, el primo de Asisa, insisten en dar la misma visión positiva del Islam. En un café soleado junto al río Guadalquivir, dicen que los problemas asociados con las mujeres en el Islam no tienen que ver con la religión en la que ellas han crecido.
Las mujeres jóvenes sonríen mucho y hablan entre ellas en una mezcla de español e inglés (la española Asisa está estudiando Traducción inglesa). Han conjuntado su ropa elegante con pañuelos de colores claros que envuelven su pelo como turbantes. Podrían pasar por glamurosas estrellas de cine de los años cuarenta.
Tanto Asisa como Abdiya tienen 23 años y se conocieron en 2011 en la Madrassa Sharif al Wazzani, una escuela internacional de educación islámica para mujeres jóvenes de Larache, Marruecos, a la que ambas asistieron durante dos años al terminar los estudios de Bachillerato. Asisa dice que la experiencia le ayudó a reconocerse como musulmana.
Cuando era niña, “era musulmana porque mis padres eran musulmanes”, dice Asisa. “Yo siempre lo he visto bien y siempre me ha gustado, pero todavía no lo había aceptado… no me había afirmado en mi vida como musulmana hasta que fui a Marruecos y ya tomé esa decisión”.
Siendo musulmanas y europeas, tanto Asisa como Abdiya dicen que son afortunadas de no haber experimentado mucha discriminación. La primera decidió cubrir su pelo con un pañuelo justo antes de empezar sus clases en la universidad, de modo que sus nuevos compañeros sólo la han conocido llevándolo.
“Yo tenía un poquito de miedo al principio, pero luego me han aceptado perfectamente. En la universidad no he tenido ningún, ningún, ningún problema. Ni uno. Nadie”, dice Asisa con énfasis.
Tampoco ha experimentado discriminación de género dentro del Islam. “Yo nunca me he sentido menos, ni me han hecho nunca sentir menos”, dice Asisa. “Somos cinco hermanas y mi madre y siempre me apoyaban para hacer lo que quiero”, añade Abdiya.
Las amigas atribuyen la violencia contra las mujeres en algunos países árabes a la cultura, no al Islam. No pueden conectar su positiva experiencia religiosa con las prácticas opresivas que hoy se dan en ciertas partes del mundo islámico.
“¿Que las mujeres no pueden conducir?”, dice Abdiya a modo de ejemplo. “Eso no es el Islam”, se responden al unísono con énfasis las dos mujeres. “No puedes obligar a nadie a nada. Si tú ves a una persona obligando a otra persona, no está siguiendo las leyes del Islam”, concluye Abdiya.
Ibrahim Hernández coincide con ellas. Hernández es el vicepresidente de la Fundación Mezquita de Sevilla, la herramienta legal creada para la recaudación de fondos que permitan construir una nueva mezquita asociada a esta comunidad de musulmanes españoles. Espera que la comunidad pueda usar su “posición privilegiada” para “cambiar la imagen que se tiene del Islam”.
“El rechazo que puede haber, desde nuestro punto de vista, viene del desconocimiento y, obviamente, de la influencia que tienen los medios sociales en la gente y de esa imagen que se da del Islam donde se asocia al terrorismo, se asocia al maltrato, se asocia a la pobreza, se asocia a la guerra”, explica Hernández.
¿Es común este tipo de comunidad en España? Un reciente estudio demográfico de la Unión de Comunidades Islámicas de España indica que hay casi dos millones de musulmanes en España, y 28.000 musulmanes residiendo en la provincia de Sevilla de los cuales aproximadamente el 50 por ciento son ciudadanos españoles y el otro 50 por ciento, extranjeros. Es importante notar que este dato no dice nada sobre el origen de los musulmanes españoles, y que gran parte de ellos son ciudadanos naturalizados o descendientes de inmigrantes.
En ese contexto, una comunidad musulmana formada mayoritariamente por personas nacidas en España es relativamente inusual. No obstante, aunque el “núcleo” de la comunidad está compuesto por españoles, la Fundación Mezquita quiere que la nueva mezquita y centro cultural que esperan construir pueda servir a toda la población musulmana de Sevilla.
Los gobiernos de Malasia, Indonesia y Singapur han donado fondos para la construcción, cuyo proyecto empezó en 2014. Hasta ahora, se ha recaudado más de un millón de dólares de los 19 que son necesarios. Los planes de la nueva mezquita en el centro cultural incluyen un espacio para impartir cursos y talleres, servicios médicos, un sitio para bodas, departamento de asesoramiento jurídico, jardines, una biblioteca, sala de exposiciones y un restaurante, entre otros.
De momento, la fundación tiene que conformarse con una sede que cuenta con dos salas alfombradas, una de las cuales cuenta con una mesa y sillas a modo de punto de reunión y unas oficinas, insuficiente para las actividades que quieren desarrollar.
“Nace de una necesidad y un deseo de los musulmanes de Sevilla de tener un lugar digno”, dice Hernández sobre los planes para la nueva mezquita. “Yo tengo dos hijas y un hijo pequeñito y quiero que, cuando crezcan, pues crezcan orgullosos de ser musulmanes y no teniéndose que meter en un sitio oscuro o en las afueras”.
EL –
Debe estar conectado para enviar un comentario.