Charla pronunciada en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo el 30 de mayo de 2019 – 25 de Ramadán de 1440, por Hafith Luqman Nieto, vicepresidente de la Fundación Mezquita de Sevilla.
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La paz sea con vosotros. Cuando extendemos este saludo, estamos haciendo una súplica, un dua: que la paz y el contentamiento con la realidad sean con vosotros. La palabra que usamos en árabe es salam, y de la misma raíz de esta palabra surge la palabra Islam. Islam, como nombre propio, se refiere al conjunto de creencias y prácticas que nos traen paz y contentamiento, con nosotros mismos y con nuestras circunstancias, al estar conectados con la realidad de nuestra existencia. A esta persona la llamamos musulmán. El que está sometido a la Realidad y en conexión con ella.
Quería empezar por aquí porque me gustaría dar un paso atrás antes hablar del ayuno de Ramadán. Para entender por qué ayunan los musulmanes, o por qué llevan a cabo unos determinados actos de adoración y por qué moldean sus vidas de una forma concreta.
Lo primero necesario es preguntarnos a qué realidad se somete la persona que se llama a si mismo musulmán. Porque es de este reconocimiento de la realidad del que surge todo lo demás. Al estudio de este reconocimiento y conocimiento de la realidad, en las ciencias formales del Islam, se la llama aquidah, que es la ciencia que trata sobre la creencia, también podríamos llamarlo teología. Pero este término no recoge todas las connotaciones de la aquidah, la creencia para los musulmanes es tanto aquello que creemos, de lo que estamos convencidos racionalmente y nuestro corazón está tranquilo con ello, como nuestras acciones. Puesto que en el Islam creencia y comportamiento son dos caras de la misma moneda. La forma y la esencia son parte de la dualidad de los procesos del universo.
La pregunta, entonces, es ¿a qué realidad se somete el musulmán?
Se somete a la realidad de su propia existencia y, en consecuencia, de todo aquello que observa que no es él, el universo. Cuando reflexionamos sobre nuestra existencia, que es la primera realidad empírica a la que nos enfrentamos, tenemos que llegar a la conclusión, si somos honesto en nuestra investigación, de que nuestra existencia, tanto física como psíquica, es absolutamente circunstancial. No hay causa necesaria por la que existimos y por la que somos como somos, y, sin embargo, lo hacemos. Ya lo decía Gasset: “Yo soy yo, y mis circunstancias”.
Esta paradoja, que no tiene solución, es extensible a al resto de procesos del universo. El ser humano no es más que un proceso dentro de otro proceso de mayor envergadura que llamamos universo. Ya lo dice el Corán: La creación de los cielos y de la tierra sobrepasa a la creación de los hombres; sin embargo, la mayoría de los hombres no sabe. (El Perdonador (o El creyente) 40:57).
El ser humano no es uno y el universo otro, sino que es uno dentro del otro. Una unidad menor dentro de otra mayor. Por lo tanto, al reflexionar sobre su propio ser, lo está haciendo sobre el universo. También esto lo encontramos en el Corán: Les haremos ver Nuestros signos en el horizonte y en ellos mismos hasta que se les haga evidente que es la verdad. (Se han expresado con claridad, 41:53)
Una de las preguntas clásicas de la filosofía es ¿por qué existe algo en lugar de nada?
Esto nos propone una dualidad primaria. Existir frente a la no existencia. Algo frente a nada. Y el musulmán reflexiona sobre si mismo, para entender la naturaleza de esta paradoja, afirma su existencia, aunque circunstancial, como cierta. Y se le presenta una segunda dualidad: la dualidad entre una realidad física que sabe perecedera y otra no física, de naturaleza invisible, que percibe ligada a su realidad física y condicionada por esta, pero no necesariamente dependiente en última instancia de ella. Se reconoce como un único ser con una expresión dual. La finitud de una de estas realidades le indica la necesidad de que haya surgido en un momento dado.
El ser humano, como musulmanes y en esta dimensión en la que habitamos, no es entendido en el sentido dual que la propone Descartes, como una separación entre materia y espíritu, si bien esta es la apariencia, sino como un ser único con una expresión dual, puesto que como musulmanes entendemos que, en este mundo, toda materia tiene un espíritu y todo espíritu una materia. Por lo tanto, la materia es la expresión de una realidad espiritual y la realidad espiritual necesita de una expresión material. Forma y esencia van de la mano. Desde una perspectiva islámica, no pienso, luego existo. Existo porque pienso y pienso porque existo. Y de igual manera que esto es algo que reconoce en sí mismo, lo reconoce en el proceso más grande del que forma parte.
Esto también lo encontramos en el Corán: ¿Es que no ves que a Allah Lo glorifican cuantos están en los cielos y en la tierra, así como las aves con sus alas desplegadas en el aire? Cada uno conoce su propia oración y su forma de glorificar. Allah sabe lo que hacen. (La Luz, 24:41).
Por lo tanto, en este contexto, la creencia no es solo una serie de esquemas cognitivos o de paradigmas de pensamientos, sino que estos se reflejan en una manera de actuar. De hecho, todos actuamos de acuerdo con una creencia, lo hagamos de manera consciente o no.
En este sentido, la dualidad aparente entre materia y espíritu, entre realidad biológica y psíquica, no es más que la expresión de un mismo fenómeno: el existir. Y al trasladar esto al universo, encuentra esta misma dualidad.
Para no abrumar con lo ejemplos, observemos uno de los más básicos de esta dualidad: la aparente dicotomía entre mecánica newtoniana y física cuántica. De acuerdo con la mecánica newtoniana, el ser humano y el universo están completamente determinados a una forma y unas leyes, mientras que, de acuerdo con la física cuántica, el universo, en su constitución más minúscula conocida, y por lo tanto más básica, es indeterminado, es una incertidumbre. Y, sin embargo, ambos planteamientos forman parte necesaria de como concebimos la existencia. Son la misma expresión de una realidad.
Es esta aparente dualidad la que nos indica un Agente subyacente de unidad. El mismo agente que determina la materia, que determina que existamos, en lugar de no hacerlo.
Podríamos continuar exponiendo sobre este tema, que es materia de estudio muy amplia, pero solo quería resaltar, de esta breve exposición, dos principios que son fundamentales para entender el Islam y a los musulmanes, y, por lo tanto, el tema que tratamos, el ayuno de Ramadán. El primero, que es a esta Realidad de la Unidad subyacente, y presente en todos los procesos del universo, a la que el musulmán se somete. El segundo, que esencia -o espíritu, o consciencia, o procesos psicológicos- están necesariamente ligados a una forma. La forma es la expresión de la esencia. Esto no es nada nuevo, ya lo discutían Platón y Aristóteles, o Santo Tomás de Aquino.
Por lo tanto, para el musulmán, aquel que ha reconocido -y por lo tanto no lo queda más remedio que aceptar- esta realidad, la pregunta subsecuente es ¿cómo le doy forma a esta realidad? Es decir, ¿cómo hago para que mi día a día, mi cotidianeidad, refleje esta realidad y no me haga olvidarme de ella? Y aquí es cuando reconoce al Profeta Muhammad, que la paz sea con él, y a todos los profetas anteriores, y a los hombres y mujeres de conocimiento de hoy en día. Hombres cuya consciencia de esta realidad, lo que en árabe se llama taqwa, era la más profunda y cuyas acciones estaban en consecuencia con este reconocimiento y dirigidas a vivir de una forma que no se les olvidase, al contrario, que estas fueran un recuerdo constante. Que cada acción fuese dhikra-recordar-.
Es basado en esta reflexión sobre la que se construye todo el edificio formal de lo que hoy entendemos por Islam. Es de esta reflexión de la que surgen los cinco pilares del Islam, uno de los cuales es el ayuno del mes de Ramadán.
El ayuno es una práctica común a todas las tradiciones espirituales, las orientales y las occidentales, puesto que el efecto que tiene sobre el ser humano es estructural. El ayuno es una acción definitoria de lo que significa ser humano: no existe otra criatura que, teniendo hambre o sed y teniendo alimento o agua por delante, sea capaz de abstenerse de tomarlo. Es el efecto de esta abstención lo que causa el mayor impacto sobre la persona. La clave del ayuno no es que sea una práctica esotérica para obtener un estado de conciencia elevado, aunque esto pueda ser un beneficio colateral, el secreto del ayuno está en la mera abstención y la posibilidad que esto abre.
Formalmente, como casi todos conoceréis, el ayuno obligatorio de los musulmanes es la abstención de ingerir cualquier sustancia, sólida, líquida o gaseosa, y la abstención de las relaciones sexuales, entre la salida y la puesta del sol, durante un periodo de 29 o 30 días, que es lo que dura este mes de Ramadán. De la naturaleza de este tiempo en el que se ayuna y de lo que significa cíclicamente, hablaremos más adelante. Esta sería la definición más básica del ayuno, aunque implique muchas más cosas. En un Hadiz, o dicho del Profeta, que la paz sea con él, vemos que dice: “Quien no deja el hablar falsamente y las malas acciones, Allah no necesita que deje su comida y su bebida”. (Bujari)
Imam al Ghazali dice: “Hay tres grados de ayuno: el ayuno de la gente común, el ayuno de la élite y el ayuno de la élite de la élite. En cuanto al ayuno de la gente común, está en impedir que el estómago cumpla sus deseos, como se ha mencionado. En cuanto al ayuno de la élite, está en restringir el oído, la vista, la lengua, las manos, los pies y todas las extremidades de las malas acciones. En cuanto al ayuno de la élite de la élite, es el ayuno del corazón de las preocupaciones indignas y los pensamientos mundanos, y refrenarlo por completo de todo lo que no es Allah, Todopoderoso”.
De esto entendemos que el ayuno de los musulmanes, en su forma más perfecta, es un ayuno total. Es un ayuno que afecta a la totalidad del yo.
Ayunar, el mero hecho de abstenerse de la comida y la bebida, tiene un efecto sísmico sobre la concepción sólida de nuestra identidad. Cuando surgimos del vientre de nuestra madre y durante los primeros meses de vida, es a través del alimento por lo que nuestra identidad empieza a solidificarse. Cuando hablo de identidad me refiero a la idea que tenemos de nosotros mismos en oposición a todo lo que no somos nosotros, al otro.
Cuando el niño llora, sea por hambre o frío, miedo o ansiedad, la calma la encuentra en el alimento materno. Esta es la conexión original que se establece con este mundo de las formas.
Por un lado, esto nos da sensación de unidad y por otro, cuando el alimento se retrasa o no llega, de separación. Y esto crea una primera percepción, necesaria en este estadio, pero perjudicial si se mantiene en la edad adulta, de que en el ‘otro’ encontramos la solución a nuestra intranquilidad. El niño, en este estado, no tiene las herramientas para comprender lo que le sucede puesto que en este momento lo que necesita es amor y cariño, y está es una situación de ser un puro receptor.
A medida que crecemos desarrollamos patrones y aprendemos comportamientos que nos fijan una idea de quienes somos, que la solidifican. Buscamos en lo otro la falta que encontramos en nosotros mismos, tanto a nivel físico como emocional, y si esto continúa, nos acabamos comiendo al ‘otro’. O, dicho de otra manera, somos incapaces de ver al otro como una realidad separada de nosotros, pero en un mismo proceso, y se convierte en una proyección de nosotros mismo. Buscamos fuera lo que nos dé realidad dentro.
Aquello que buscamos ignorar, a través de esto patrones establecidos de comida y comportamiento, es el enfrentarnos a la paradoja que mencionábamos anteriormente: que no hay razón por la cual existimos, más allá de que lo hacemos. Esta paradoja, cuando no es enfrentada y reflexionada, crea un vacío de significado en el ser humano. Este vacío lo procuramos llenar buscando el significado en lo externo, en lo otro, bien sea material o emocional, hasta el punto de entrar en una relación en la que tanto lo material como lo emocional ajeno a nosotros es lo que nos define. Y dado que aparentemente esto es sólido, nuestra idea de nosotros mismos se solidifica.
Por otro lado, la persona que ha recibido este amor y cariño, a través del alimento inicialmente, pero en sus primeras etapas de vida en general, tiene una memoria celular de la unidad inherente a la existencia basada en el amor y es capaz de enfrentar esta paradoja confirmado que separación y unidad, son parte de una misma realidad.
Hablando desde la experiencia propia, y probablemente si preguntáis a cualquier musulmán que ayuna durante el Ramadán, te dirán que durante este mes los patrones se alteran, los de comida, los de sueño, los de comportamiento.
La ruptura de estos patrones básicos cuando ayunamos, y en función de nuestra capacidad de abstención de todo lo que nos indica nuestra solidez, nos abre la posibilidad de volvernos a nosotros mismos, de enfrentarnos a la realidad circunstancial de nuestra existencia. Shaij Abdalaqadir dice en una obra fundamental para entender el Islam, El camino de Muhammad:
“La totalidad del patrón del ‘yo’ se abre a fin de que el ayunante pueda verlo… Se da cuenta de que la constancia que imaginaba que tenía el ‘yo’, no era más que una ilusión superficial, alimentada a base de patrones de costumbres y estructuras de comportamiento especialmente diseñadas para conferir esa ilusión de solidez. Empieza a conocerse a si mismo como realidad que se estremece, se desvanece, se derrite y está en movimiento… Cuando los velos se levantan, la Luz aparece con mayor claridad”.
En la ruptura de estos patrones, durante el tiempo que dura el ayuno de este mes de Ramadán, encontramos la posibilidad de que la persona se enfrente a su realidad dinámica en relación consigo mismo y con el momento y lugar en el que le ha tocado vivir.
Precisamente entender el ayuno del mes de Ramadán como algo que hemos de hacer mientras ‘nada cambia’ en nuestra vida cotidiana, cosa que por un lado es imposible y solo nos trae frustración y deseo que este mes termine cuanto antes, es un error muy común. El error radica en creernos la realidad última de nuestra existencia circunstancial y vivir desconectados de la realidad dinámica de la existencia. Parte de las causas de los desastres naturales que observamos hoy en día está en este hecho básico.
En otra transmisión del Profeta Muhammad, que la paz sea con él, encontramos una definición del ayuno que engarza con estas palabras: “Toda acción del hijo de Adam es para si mismo. Excepto el ayuno, que es Mío y Yo lo retribuyo”. (Bujari y Muslim).
Todas las acciones que lleva acabo el ser humano, musulmán o no, son proactivas. En ellas somos nosotros los que hacemos. Reflexionamos sobre la creencia, hacemos la ablución -el wudu-, la oración -el Salat-, entregamos el Zakat y vamos a la peregrinación -el Hajj-, y cada una de estas acciones tiene un significado primordial. Pero también trabajamos, nos relacionamos, tenemos familia o pareja, estudiamos, etc. Incluso cuando no hacemos nada estamos decidiendo ‘no hacer’. Es por esta razón que todas las acciones que hace el hijo de Adam son para si mismo. Nosotros somos los actores y los beneficiarios de nuestras acciones. En todas ellas, las que están conectadas con la adoración en un sentido formal y las que no, el beneficiario somos nosotros mismos.
Pero el ayuno es diferente. Durante el ayuno nos abstenemos. Ni siquiera es que decidamos no hacer nada, puesto que no es nuestra decisión, sino que nos abstenemos de hacer cosas que en otro contexto son perfectamente válidas, necesarias y loables. Como hemos dicho antes, esta cualidad es intrínseca al ser humano. Los beneficios de ayunar que se han transmitido en los Hadiz están todos conectados con prerrogativa únicas de Allah, la misericordia, el perdón de las faltas o la aceptación en el Jardín, puesto que la recompensa pertenece a Allah. Y parte del secreto de esta recompensa es la de propiciarnos la posibilidad de abrirnos a la experiencia de la Realidad.
La naturaleza del ayuno como abstención es algo que hoy en día es poco aceptable, por no decir entendible. En el momento actual de la sociedad, tal y como dice Byung Chul Han, el filósofo sur coreano afincado en Alemania, vivimos con un exceso de positividad. Vivimos en un constante estado de necesidad de producir, tanto a nivel social como personal. Todo lo que hacemos se somete a la lógica de la producción, incluso meditar o hacer la oración se convierte en algo material, productivo y útil cuando el fin es controlar la ansiedad y los miedos para poder continuar produciendo. Sería tema de otra charla explorar cómo esto valores o prioridades están conectados con el mito del progreso que a su vez está conectado con la normalización y masiva implementación de la usura. En este contexto, ayunar es absurdo, y no son poco los artículos que llaman a explorar los perjuicios económicos del ayuno del mes de Ramadán -obviamente con la idea final de eliminarlo- o que, por otro lado, nos ayudan a llevar un Ramadán ‘productivo’. Y esto no quiere decir que el mes de Ramadán sea un momento de inactividad y pereza, todo lo contrario, puede ser un mes, y esto lo confirmarán también muchos de quienes ayunan, de mucha actividad.
Cuando ayunamos nos abstenemos, estamos diciendo ‘no’ a la materia. Cuando ayunamos ‘dejamos de hacer’ para dejar que las cosas surjan por sí mismas y poder contemplarlas como son, y es precisamente de esta abstención de donde surgen muchos de los beneficios y recompensas de ayunar. Cuando intentamos cubrir esta naturaleza básica del ayuno e incorporarlo a nuestra idea de cómo deben de ser las cosas, el ayuno no encaja. Porque el ayuno está diseñado para que no encaje.
Hemos de ser conscientes, por otro lado, que si bien el ayunar a menudo es algo muy recomendado en la Sunna -la práctica transmitida del Profeta, que la paz sea con él- este prohibió el ayuno continuado. Porque el ser humano vive en esta realidad de forma y significado y tiene que reconocer y dar su derecho a cada cual.
Volvamos, otra vez, al ayuno como posibilidad de apertura a la realidad. La realidad entendida como Verdad, y verdad entendida como Alétheia, el concepto presocrático propuesto por Parménides y recuperado por Heidegger en su obre magna ‘El ser y el tiempo’.
Alétheia significa, literalmente, ‘aquello que no está oculto, que es evidente’. Y como propone Heidegger, el entender la naturaleza primordial del Ser como algo que se desvela, que se hace manifiesto, no por nuestra concepción de cómo son las cosas, que es algo circunstancial, sino porque dejamos que la realidad emerja por encima de nuestras concepciones de lo que la Realidad es.
Parménides diferencia entre doxa -opinón- y aléthia -verdad-. Esto significa que todos tenemos una opinión, una concepción de cómo son las cosas, de qué es algo. Cuando nos enfrentamos a nosotros mismos y al ‘otro’, lo hacemos desde un paradigma de pensamiento, unos esquemas cognitivos preestablecidos. Estos esquemas son útiles para agilizar nuestra funcionalidad en la vida cotidiana. Pero se interponen entre nosotros y la Realidad.
Sin ser conscientes, al aplicar estos patrones y esquema cognitivos no estamos dejando que lo que somos nosotros, o lo que el otro es, se muestre ante nosotros para comprenderlo, sino que estamos proyectando nuestro paradigma de pensamiento sobre el otro y en función a esto le atribuimos un significado, una realidad.
El ayuno -la abstención- nos abre la posibilidad de desmantelar la aparenta solidez de estos patrones, en función a los cuales nos hacemos una idea lo que somos y de lo que el mundo es, para dejar que la Realidad emerja.
Esta posibilidad de apertura durante el ayuno, que se hace de forma cíclica obligatoria para los musulmanes, no aparece en un vacío contextual, otro de los puntos clave para comprender el Ramadán es la naturaleza especial del tiempo en el que se lleva a cabo. El mes de Ramadán no es especial por que ayunemos en él, el mes de Ramadán es especial y por eso ayunamos en él.
La naturaleza, tanto la propia del ser humano como el funcionamiento del universo, es cíclica y dinámica. Los diferentes momentos del año propician unas actividades u otras. Plantamos en una estación y recogemos en otra. La propia vida del ser humano pasa por diferentes fases, incluso cada uno de nuestros días tiene diferentes momentos. No es lo mismo el día que la noche, ni la mañana que la tarde. En gran medida hoy en día pretendemos vivir ajenos a estos ciclos, pretendemos mantener una constante fija y queremos vivir en una estabilidad continuada ignorando el cambio. Pero no hay ilusión mayor que la de ignorar que todo está en constante cambio.
Las diferentes acciones que conocemos como los pilares del Islam nos conectan con esta realidad innegable y están predispuestos en un patrón que nos la recuerdan.
Si bien el primer pilar, la Creencia que se manifiesta a través de la Shahada, es continua, no es algo fijo. En un conocido y largo Hadiz el Profeta que la paz sea con él, ante la pregunta de dos de sus Compañeros de porqué su recuerdo de Allah y de los asuntos de la próxima vida variaba, responde: “Por Aquel en cuyas manos está mi vida, que si vuestro estado fuese el mismo cuando estáis en mi presencia y estuvieseis siempre recordando a Allah, los ángeles os saludarían en vuestros lechos y en vuestros caminos, pero Hanzala (quien era uno de los Compañeros que preguntaba) [y dice literalmente] tiempo y tiempo”. Es decir, hay momentos dedicados a los asuntos de este mundo y otros al recuerdo y la adoración.
Al ayuno no es continuado. Ayunamos obligatoriamente un mes de doce meses al año y el ayuno supererogatorio, en su aplicación más extensa, debe de ser como el ayuno del Profeta David, un día sí y otro no. Esto es la recomendación del Profeta en los Hadiz.
El resto de pilares del Islam también están establecidos para recordarnos estos tiempos, la oración se hace cinco veces al día, el ayuno de Ramadán y el Zakat, generalmente, se lleva a cabo una vez al año. La peregrinación, el Hajj, una vez en la vida. Y están indicados en momentos precisos del día o de la noche, del año y de la vida que están conectados tanto a circunstancias externas, como pueden ser que haya llegada un momento concreto del día o del año o el tener los medios y la capacidad para hacerlos, como a circunstancias internas.
El mes de Ramadán está marcado por el calendario lunar, lo que hace que oscile a lo largo del año del calendario solar de acuerdo con la órbita lunar. Es un tiempo que estructura nuestra realidad interna de igual manera que las estaciones o el paso de los días estructuran nuestra realidad externa. El Profeta Muhammad, que la paz sea con él, era consciente de la predisposición de este momento del año e incluso antes de recibir la Revelación ser retiraba a la cueva de Hira durante este mes para sumergirse en el recuerdo, la contemplación y la reflexión. Fue en este mes en el que recibió la primera Revelación del Corán y es este el mes en el que hay una noche que es mejor que mil meses. Esta noche, que se conoce como el Layltul Qadr, o la Noche del Decreto.
El paso de las estaciones, las diferentes leyes naturales que funcionan en el universo o los actos de adoración obligatorios, son todo parte de los ritos de Allah. De la forma en la que Él ha establecido el funcionamiento externo e interno del universo.
Dice Allah en el Corán: Y quien sea reverente con los ritos de Allah… ello es parte de la Taqwa (la consciencia reverencial imbuida de temor) de los corazones. (La Peregrinación, 22:32)
La palabra que se ha traducido como ‘rituales’ es ‘sha’air’ que incluye el significado de ‘percibir, sentir y experimentar’. Como hemos dicho, los rituales de Allah no se refiere solo a los actos de adoración y aquello Él que nos ha encomendado, sino a la constancia de los procesos naturales en general.
Observamos que la naturaleza está gobernada por una serie de leyes naturales, las órbitas de los planetas, la sucesión del día y de la noche, la gravedad, etc. Ser respetuoso con esto significa que los reconocemos y actuamos en consecuencia. Entre otras cosas, nos sirven para mantener la cordura y una forma de funcionar consecuente desde la perspectiva última de que todos estos fenómenos son indeterminados a nivel cuántico.
Dice Allah en el Corán: Te preguntan acerca de las fases de la luna, di: sirven para indicar a los hombres el tiempo y la Peregrinación. (La Vaca, 2:189).
Es decir, las diferentes fases de la luna, y por extensión los fenómenos orbitales de los astros, nos sirven para llevar un cómputo del tiempo. En general, los fenómenos externos de la naturaleza y su repetición cíclica y constante nos sirven para mantener la cordura a la hora de conducir nuestros asuntos en este mundo.
Si nos remitimos a la aparente dualidad de la existencia que hemos mencionado en el principio, en la cual toda forma tiene una esencia y toda esencia una forma, igual que externamente nos guiamos, y en cierta manera estamos sujetos al respeto a estos patrones naturales, nuestra realidad interna está guiada, y de la misma forma sujeta, a uno patrones cíclicos y dinámicos que nos indican ciertos momentos como más propicios para un tipo de acción y otros para otras.
El mes Ramadán es uno de estos patrones en los cuales se propicia el encuentro con la Realidad y el ayuno la herramienta que nos prepara para posibilitar este encuentro. Esta es una de las razones por las que en él se dio la Revelación mas importante de todas: el Corán.
Cuando ignoramos los patrones externos o pretendemos alterarlos y cambiarlos las consecuencias son obvias en los desequilibrios naturales. De igual manera, el ignorar los patrones internos tiene consecuencias desastrosas en el ecosistema interno del ser humano.
Recapitulemos lo que hemos dicho hasta ahora. Hemos dicho que el musulmán es quien reconoce la apariencia dual de los fenómenos que observa en el universo y en sí mismo y reconoce la Realidad de la Unidad subyacente a estos. Reconoce esta realidad y se somete a ella. Ante la pregunta de cómo vivir en consecuencia a esta Realidad reconoce a los mensajeros de esta Realidad, los Profetas, quienes han sido hombres que vivían en constante consciencia de esta Realidad y cuyas acciones reflejaban esto. Y al Profeta Muhammad, que la paz sea con él, como el último de ellos. De igual manera reconoce que este conocimiento ha sido transmitido y reconoce a los hombre y mujeres hoy día que viven de acuerdo con esto, y por los tanto los sigue. Acepta de estos su guía y prácticas como la mejor expresión de este recuerdo, que trae el contentamiento y la aceptación con su existencia paradójica, y por lo tanto ayuna. El ayuno, a su vez, le abre la posibilidad de experimentar la naturaleza dinámica y circunstancial de su existencia para que a su vez la Realidad emerja sin la interferencia de su circunstancialidad. La naturaleza dinámica de los patrones de la naturaleza le muestra la naturaleza dinámica de los patrones que guían su realidad interna y los acepta. De esta forma respeta tanto su naturaleza física y biológica como su naturaleza espiritual, entendiendo ambas como la expresión de su existencia. Esto, a su vez, le pone en armonía con los procesos del universo de los cuales él es un proceso más, y, de esta manera, al someterse, se libera.
Todo esto, a su vez, lo podemos ver sintetizado en dos versículos del Corán. El primero dice:
¡Creyentes! Se os ha prescrito el ayuno al igual que se les prescribió a los que os precedieron. ¡Ojalá tengáis Taqwa! (La Vaca, 2:183)
Es decir, tanto a vosotros como a los que han venido antes que vosotros, se les ha prescrito el ayuno para que tengáis Taqwa, como hemos dicho antes, la consciencia reverencial de la Realidad, Allah, que nos lleva a actuar de acuerdo esta.
En el siguiente versículo se nos dice:
Tened Taqwa de Allah, y Allah os enseñará. (La Vaca, 2:282)
Una interpretación del significado aparente de estos versículos podría ser: Ayunad, el ayuno os dará Taqwa, consciencia de la Realidad, y la consciencia de la Realidad os dará conocimiento.
Por lo tanto, podríamos decir que el propósito del ayuno es el conocimiento.
No quiero terminar sin mencionar una característica de este mes especial que es el Ramadán y de lo que sucede en él que casi todos los musulmanes reconocen. Es un mes en el que se comparte, un mes en el que la gente se reúne, un mes en el que se incrementa la generosidad y las buenas acciones. Esto surge de forma natural entre los musulmanes como consecuencia del ayuno y de la naturaleza de este tiempo. También es algo a lo que nos llaman muchos de los Hadiz del Profeta, que la paz sea con él.
Es, por tanto, un mes de celebración. En el que celebramos nuestra naturaleza humana a través del ayuno y la abstención, pero también a través de compartir nuestra comida con los demás, de preocuparnos por los demás, de unirnos para celebrar el reconocimiento de la Realidad. Es un mes en el que, en resumidas cuentas, cumplimos con nuestro propósito más inherente y que más nos caracteriza como seres humanos, el conocimiento y la adoración de Allah. Y esto, a su vez, conlleva una profunda alegría que nos hace sobreponernos a la dificultad que conlleva el ayuno.
Este mes de celebración culmina con otra celebración: el día del Eid. Un día en el que los musulmanes se regocijan y agradecen a Allah que, un año más, les haya dado la oportunidad de vivir algo tan profundamente hermoso y en el que vuelven a afirmar la vida, pero desde una nueva comprensión de la realidad. Puesto que como no hay un día igual que otro, tampoco hay un Ramadán igual que otro.
Y si bien el ayuno es algo individual, un acto de adoración puro del que solo uno es consciente y en el que no cabe la arrogancia ni el orgullo, el compartir estos momentos especiales es algo en el que todos podemos tomar parte.
Para concluir con un Hadiz, dijo el Profeta, que la paz sea con él: “El ayunante tiene dos momentos de alegría: uno cuando rompe el ayuno y otro cuando se encuentre con su Señor”. (Muslim)
Es por tanto, una alegría para mi compartir con vosotros este momento de alegría.