Turquía es un país de mayoría musulmana. El noventa y nueve por ciento de la población, según el estudio Libertad Religiosa Internacional elaborado por el gobierno de los EE. UU. Sin embargo, desde 1923 y bajo el liderazgo de Kemal Ataturk, es una república laica y un estado de derecho. Lo que no se publicita tanto, es que este laicismo no ha sido pasivo, sino que se ha implementado con diversas leyes que han prohibido a los musulmanes expresar muchas de sus formas culturales, como llevar el pañuelo en edificios públicos, hacer la llamada a la oración en árabe, que el viernes sea un día festivo, entre muchas otras, y que esto estaba reforzado por la autoridad del ejército.
Cuando occidente acusa a Erdogan de ´islamista´ por haber permitido que las mujeres vayan a la universidad o a su trabajo con pañuelo, realmente está contradiciendo los propios valores occidentales. Erdogan ha respondido a un deseo de su gente, lo cual es una actitud democrática.
Cuando planteamos el asunto del último referéndum dentro de este contexto vemos que una vez más, Erdogan ha respondido a un deseo popular. Es más, el referéndum después un intento de golpe de estado es una muestra clara de que Erdogan respeta los parámetros del sistema en el que se mueve.
Si se le acusa de que está concentrando demasiado poder en la figura del Presidente, en realidad no está más que transitando de una democracia parlamentaria a una democracia presidencial, el mismo sistema que utilizan los EE. UU. y muchos otros países. Y por el camino quitándole poder al ejército, que desde el tiempo de Ataturk y hasta mediados de los noventa ha sido la autoridad en Turquía, llevando a cabo numerosos golpes de estado contra primeros ministros, como el de 1996 contra Necmettin Erbakan, cuando estos no se ajustaban a sus intereses; una forma de actuar decididamente poco democrática.
Por lo que, si algo asusta a los críticos de Erdogan y de Turquía, no es el hecho de que el sistema democrático esté en juego, ni la estabilidad del país, ni la libertad de prensa, sino que les asusta ver que un país de mayoría musulmana pueda organizarse de forma efectiva, establecer un sociedad funcional, desarrollar la economía y además seguir los valores islámicos que comparten el noventa y nueve por ciento de población.
Lo que entonces habría que preguntarse, es por qué les asusta esto.
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